Il faut toujours garder les deux yeux ouverts,
un œil ouvert sur la misère du monde pour la combattre,
un œil ouvert sur sa beauté ineffable, pour rendre grâce.
-Abbé Pierre.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Sinergia intrapersonal

                                                                                                                             Foto: Juan García González

    Me presento, me llamo Ira Gneis. Estoy acostumbrado a repetir mi nombre porque causa confusión. Ira Gneis, con g muda. Aunque con este apellido no lo pasé bien en el colegio, mi autoestima se vio levemente restaurada en la adolescencia cuando aprendí en clase de geología que el gneis es una piedra muy útil, resistente y funcional.
   Por otro lado mi madre, que es de Carabanchel pero de origen hebreo, quiso obsequiarme con un pedazo de nuestra historia familiar, el nombre de mi bisabuelo, un hombre que murió atropellado por un carrito de helados. Ira, que en castellano significa furia y en hebreo atento. Estos dos atributos antagónicos, la irritabilidad y la perspicacia, han contribuido a formar mi carácter. Soy un tipo meticuloso y maniático, no me tomo en serio los rituales sociales, pero soy observador, y no ignoro que se me considera hosco y ligeramente antipático. Sin embargo mi dureza es relativa, pues he notado que mi presencia en ciertas situaciones afecta de manera inesperada e insólita.
    En una ocasión, por ejemplo, fui testigo e instigador de un romance sorprendente. El portero de mi antigua finca era torpe, delgaducho y poco agraciado. Una mañana, mientras me entregaba correo atrasado junto a la escalera, una vecina sin antecedentes conocidos de índole carnal (señora viuda de perfil respingón y peinado gris, con joyas de oro, excesivo perfume y un caniche bajo el brazo) al cruzarse con nosotros perdió la compostura de manera ostensible ante la insulsa voz de Regino. Se detuvo embelesada y las gafitas se le empezaron a resbalar a causa de un irrefrenable sofoco, se le desabrochó involuntariamente un botón de la blusa y, una vez hube abandonado la escena con cierto pavor, sucumbió a los encantos del apocado bedel a juzgar por los gemidos de loca que pocos minutos después emanaron del ascensor, audibles desde cualquier punto del edificio y tan solo desafiados por los ridículos ladridos del caniche Perlita, que sentía herido su orgullo canino -más aún si cabe con ese nombre- sin duda porque le habían dejado en el pasillo.
    Mi psicoanalista dice que tengo un trauma de la infancia y que tengo que superar barreras mentales, que no es bueno que me atribuya la autoría de la conducta alterada de terceros. Pero mi psicoanalista, el doctor Olivares, tiene sesenta y tres años y desde que acudo a su gabinete ha reducido su jornada a la mitad para dedicar las mañanas a la escalada, descenso de cañones y piragüismo. A veces le tengo que esperar en la consulta mientras él llega tarde, aún con ropa deportiva, con unos auriculares de última generación escuchando a los Strokes a todo volumen y dedicándole versos picantes a su secretaria, que se pone roja y asegura que este comportamiento es totalmente nuevo en el doctor.
   Pero no quiero extenderme en este superpoder a la Jean-Baptiste Grenouille, el protagonista de la novela de Süskind que provoca hechos inverosímiles con sus perfumes, habilidad que salpimenta mis días con anécdotas tan peculiares como irrelevantes. Más bien quiero contar cómo esta vez me la han jugado a mí.
    El viernes antes de ir al despacho decidí desayunar fuera de casa. No lo he dicho, pero trabajo en una conocida multinacional heladera. Tras el accidente, mi bisabuela recibió una generosa indemnización y curiosamente lo que le quitó la vida a mi bisabuelo tocayo nos ha acabado dando la vida a sus descendientes en forma de negocio familiar. Como iba diciendo, quería desayunar fuera, así que entré en un bar cercano y pedí un croissant y un café solo. El local estaba tranquilo, había dos o tres personas, las paredes estaban grasientas, olía a fregona sucia y el camarero representó su papel de camarero, justo lo que yo esperaba en esa mañana anodina. Mi papel también lo seguí, no hay como actuar según las expectativas de un entorno aburrido conocido, no estaba yo para florituras.
    Así que allí me encontraba sorbiendo café con un trozo de croissant en la boca, leyendo de soslayo los titulares más destacados en un periódico usado. Ni siquiera me di cuenta de que alguien se había sentado en mi mesa hasta que abrió la boca.
    -Ya no quedan osos en Siberia.
    Era una mujer de pelo negro y liso, con gafas de sol y una gabardina. Tenía cierta clase y a la vez un aire despistado, la piel muy clara, los labios demasiado pintados y una sonrisa nerviosa. Pensé que se parecía a Shelley Duvall.
    -¿Cómo dice?
    -Ya no quedan osos en Siberia.
    Creí que se refería a alguna noticia conocida por todos que a mí se me había escapado. Para no parecer desinformado le dije con cierta indiferencia:
    -Desde luego que no, no como los de antes.
    Me escrutó, imaginé que alzaba los párpados inferiores bajo los cristales oscuros y tras una estupenda pausa dijo con aprobación:
   -Es usted más hábil de lo que creía, casi ni le reconozco… La agencia los suele enviar menos preparados y se les nota a la legua.
    Me quedé un instante pensando si realmente se habría extinguido el mentado mamífero siberiano, pero algo me dijo que debía dejar esas cavilaciones de lado y estar alerta ante este inesperado encuentro. Decidí seguirle la corriente a Shelley.
    -Me llamo Trabazón, Jaime Trabazón- improvisé.
    -No he venido para hacer amigos, sígame.
    La portezuela del baño estaba entreabierta, Shelley se acercó a ella, miró alrededor con precaución, comprobó que nadie la observaba y, sin entrar, tras hacer un gesto de complicidad con el camarero, cerró la puerta un instante, giró con destreza cual manivela un perchero que había en la pared, volvió a abrir y me tiró de la solapa para que la siguiera.
    El baño, antes un cubículo apestoso de un metro cuadrado, se presentaba ahora como la sala de espera de un dentista del futuro, con amplias, impecables y luminosas paredes, un mostrador que diríase de alabastro, y tras él una señorita uniformada con una sonrisa que parecía que le había tocado un premio.
    -Aquí tienen sus credenciales, señores. Por favor, accedan al transbordador, les están esperando.
    Una puerta automática se abrió con sonido de suspiro y nos subimos a un cochecito como de montaña rusa, pero mejor.
    -No hagas preguntas, el comité te dirá todo lo que necesitas saber.
    Había empezado a tutearme, a estas alturas me daba apuro sacar a esta mujer de su error. Obviamente me había confundido con otro, pero no estaba yo del todo incómodo porque había conseguido llevarme en la mano lo que me quedaba de croissant.
    -No he pagado el café…
    -Tranquilo, la agencia cubre los gastos. ¿No te dan ticket restaurant? Ya hemos llegado, por aquí.
    Subimos por una escalera de caracol a lo que parecía una plataforma para aterrizar helicópteros, nos acercamos a una enorme mesa en forma de media luna en la que señores encorbatados ensayaban poses solemnes. Con nuestra llegada se hizo el silencio y uno de ellos, azorado, se puso el bigote que tenía apartado seguramente para descansar de tanta seriedad. Me pareció ver por debajo de la mesa que uno llevaba puesto un tutú rosa, y justo cuando me disponía a constatar este hecho, el que se hallaba en el centro, un tipo calvo al que el pelo se le había caído a la barba, tomó la palabra.
    -Bienvenido, agente. No nos andaremos por las ramas, el asunto que nos ocupa es de suma importancia. Como sabe, le ha sido encomendada esta peligrosa misión por su experiencia en el terreno. Confiamos en su capacidad para llevar a buen término los objetivos de esta operación, por favor, no nos defraude. La inversión de los polos magnéticos terrestres está programada a las veinte horas del día cero, su cometido será accionar a tiempo el acumulador de eones asumiendo el menor número de bajas posible. La configuración del dispositivo ha sido meticulosamente estudiada por nuestros ingenieros para que se salven los inversores y los ejecutores primero, y a continuación, en progresión geométrica exponencialmente inversa, los técnicos, los animadores, los aglomerantes, y por último los pringados. Encontrará el equipo necesario con instrucciones precisas en la oficina central, recibirá apoyo permanente vía satélite y al término de la operación podrá consultar su saldo en cualquier cajero automático con su tarjeta club. Si completa con éxito la misión dispondrá además de cinco créditos extra para su plan de exilios planetarios. Ahora, por favor, salga sigilosamente, el agente Ramírez ya está sirviendo cañas y no puede atender las salidas y entradas. ¿Tiene alguna pregunta?
      -He sido informado de que el café lo paga la agencia… 
    -Así es, sin embargo me temo que la bollería no está incluida. Tiene la cuenta esperando en su mesa. Una cosa más, apague la luz al salir, estamos recortando gastos.
    Pensé en pedir el libro de reclamaciones por avasallar a un cliente, estos tipos parecían vivir a lo grande y si jugaba bien mis cartas podría conseguir un pase doble para el zoo o el aquarium.
    -Aquí ha habido un error, me estoy empezando a irritar. Mi nombre es Ira Gneis…
    -¿Cómo?
    -Ira Gneis, mi madre…
   -Por supuesto, agente, conocemos su otra identidad, es parte del guión. Si es tan amable, tenemos una reunión urgente, estamos especulando sobre unos terrenos en el sistema solar vecino, si nos disculpa.
    Shelley Duvall me tomó del brazo, me acompañó de vuelta al cochecito y de ahí al vestíbulo futurista.
    -Me despido aquí, dame tu credencial, ya giro yo la manivela desde dentro.
    Me pasó el dedo por la mejilla para quitarme un churrete de café y se giró para hablar de marcas de pintauñas con la señorita sonriente. Salí del baño y cerré la puerta detrás de mí, me acerqué a la mesa y efectivamente ahí estaba el platito con la cuenta. Pagué, salí a la calle sin despedirme del agente Ramírez y cogí un taxi a la oficina, a la que llegaba tarde.
    Hoy he ido a ver al doctor Olivares. Después de dejar apoyada en un lado de la salita una tabla de snowboard ha escuchado mi relato y dice que estoy haciendo progresos, que es mucho más saludable proyectar la sinergia intrapersonal sobre uno mismo que sobre otros.
    -Por cierto, doctor, ¿y su antigua secretaria?
   -Salió corriendo después de darle cita a usted la semana pasada y me ha llegado la noticia de que se ha hecho equilibrista de circo.
   

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Trapatiestas

                                                                                         Dibujo: Candela Sánchez Martín


El tiempo fue a una fiesta de disfraces y se disfrazó de espacio.


Destilería "La Vida Moderna":
someta su alma a altas presiones y llévese sus lágrimas en un frasco.


La mirilla es voyeur de reojo de lascivos llave y cerrojo.


Un sabio se expresa como un libro abierto; una maruja como un pergamino desenrollado.


El sentido común es la única especie que se extinguirá si dejamos de cazarla.


Su cara me suena mucho, por favor, baje el volumen.

jueves, 29 de noviembre de 2012

La noche mal cerrada

                                                                                                                                       Foto: Isabel Munuera

Él escribe hormigas con ojeras
que miran con trazo mojado
tras las ventanas de la infancia,
allá donde la lluvia escribió su primera palabra.

Él camina escriviviendo;
se hospeda en la casa prestada
donde el mar era un silencio que se curó con olas,
donde nunca estuviste y aún me esperas.

Él dice que no dice,
elige elegir y aprende a gritar.

Se pregunta si no somos
más que un lápiz desgastado
que ha olvidado y ha bebido,
que aún tuviera porvenir.

Que aún quisiera verte amar
y que empezara el invierno
bar adentro
junto al viento y su latido.

Él afirma que la taza está servida
que un mendigo tuvo vida,
y que ya recogen
en la noche mal cerrada
los cubos de la amargura.

Ahora yo también quiero
dejarme caer para elevar el vuelo.
Enseñar trampas para perder
y poder así,
sin miedo,
inventar la realidad.


domingo, 4 de noviembre de 2012

Antirretrato

                                                                                                                                                  Foto: Jorgenn

Si yo fuera de alguna manera
llenaría páginas de tinta.
Si tuviera rasgos distinguidos
los enumeraría minuciosamente.
Si tuviera pelo, ojos, boca,
se reflejarían en este espejo.
Y si tuviera fuerza o acaso sangre
moriría un poco cada día para seguir siendo.

Pero soy un poco como nada,
una idea dibujada en coordenadas inventadas.
El calor de esta piel es apariencia,
se arruga por conveniencia y no por convicción.
Un impulso que compone madrugadas
más que nada para parecer que soy.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Malentendido

                                                                                                                          Foto: Juan García González

Ella:

ven
abre el tiempo sin demora
canta al viento que en su hora
fue quien tuvo a bien partir

Él:

sin raíces, ya cansado
con delirios en mis sienes
tú no sabes a quién tienes
corazón, qué tan rasgado
¿a pedir mi amor tú vienes?

Ella:

luz
que simula estar desnuda
y en la húmeda ternura
da sus brazos bajo el mar

Él:

ignorante es lo que has dicho
el camino más frondoso
luciría más hermoso
tan oscuro por capricho
si olvidaras lo amoroso

Ella:

sal
de esta vida que en su huida
no te quiso todavía
y te vio palidecer

Él:

¿me convidas a viajar?
pues que sepas que lozanos
con sus dedos y sus manos
mis sentidos dio en atar
el ahora y sus hermanos


jueves, 11 de octubre de 2012

El hombre

                                                                                                                             Foto: Maxi Conesa

    Un hombre está sentado en mitad del desierto. Hay montañas de escombros, entramados de raíces arrancadas forman madejas a medio tejer. Alrededor nada, sólo desierto, nada. Él está sobre una piedra ancha, con los pies descalzos hurga en la arena caliente. Sus brazos acaban en manos apoyadas y muñecas doloridas, mira hacia abajo con sus ojos, mira hacia adentro con sus entrañas. El sol le quema la espalda, no sabe desde cuándo está en este lugar.
    Este hombre hace preguntas. Su amigo, su sangre, su hermano… este hombre hace preguntas pero el fuego del aire las deshace. Su ropa está hecha jirones, cree haber llegado en un naufragio. Sí, nota la sal en los labios y el pelo áspero, metal en las encías. En sus oídos aprieta una voz, un grito de otro hombre que le ahoga, es tan fuerte que se parece al silencio, pero pesa como una vida. Aprieta los dientes y los párpados, exhala aliento de tierra, y le abrasa por dentro. La voz le da tregua y se aleja con una brisa tenue.
    Este hombre ha abrazado el amor, y el amor ha llorado en sus brazos. Pero no es este el lamento que lo acompaña. Él ha matado, ha matado con sus manos a su amigo, su sangre, su hermano. Lo ha matado con sus manos, con sus palabras y con su corazón. Ahora el llanto que ansía son alfileres oxidados, una terrible maldición apoya la mano sobre su hombro, y no comprende si esto es dulce o amargo. Quiere aprender a romperse, es una figura de barro que se pensaba hombre y acaba de descubrir con perplejidad su naturaleza. Nunca la fuerza y la fragilidad se habían mirado tan de cerca, un hilo mantiene unidos el cielo y la tierra.
    En el desierto la luz no sabe a quién querer, no entiende a los hombres, no entiende la vida, no entiende la muerte. El hombre sentado tampoco sabe, pero su dolor arde como la esfera que escupe su sombra. Contiene la respiración, ésta podría ser la eternidad, el sudor muerde la piedra y no hay reflejo en sus ojos llenos de polvo. Ya no hay tiempo, se congelan las horas y la llanura que lo rodea es un precipicio infinito. Su cuerpo se esparce y se funde con las raíces, que no le tienen rencor.

lunes, 1 de octubre de 2012

¿Tú quién eres?

                                                                                                                                         Foto: Hugo Sánchez

soy la espada
que acaricia
con su aliento las heridas
que dejaron en tu rostro
las mentiras

soy el día
que en tu vientre
apaga el alma y al ocaso
bebe el vino que olvidaste
en el fracaso

soy el viento
llevo atados
con escamas tus excesos
no soy nadie ni soy nada
sin tus besos

soy la luz
que ya no habita
báilame en el firmamento
¿tú quién eres? yo soy tú
yo soy el tiempo

lunes, 24 de septiembre de 2012

Burocracia de finales de siglo

   Interior, noche, la luz de un generador chispea sobre un escritorio. Una conversación, dos individuos, uno es personal burocrático, el otro ciudadano de a pie, el primero lleva chaqueta de skay, pelo engominado, barba rala, el segundo viste con menos clase, sostiene una boina de fieltro en sus manos, comparece encorvado y es interrogado acerca de un incidente con un gato cojo.
  Nombre.
  Gustavo.
  Apellidos.
  Higgins Valdemar.
  Fecha de nacimiento.
  Veintiocho de diciembre de dos mil cuarenta y siete.
  Estado civil.
  Separado.
  Estado mental.
  Separado también.
  Número de Contribuyente.
  Ciento setenta y cuatro mil quinientos diecisiete.
  Dígame, señor… Higgins Valdemar. ¿Dónde se encontraba usted la noche de los hechos?
  Estuve en mi receptáculo, señor.
  Algunos testigos afirman haberle visto en la escena del incidente.
  Subí a la superficie a recoger sal del dispensador comunitario, señor.
  Usted sabe que está prohibido acceder a la superficie después del toque de queda.
  Sí, lo siento señor, mi madre no soporta las transcelgas sosas.
  No es excusa, velamos por su seguridad, no podemos garantizársela si no acata las normas, señor Higgins Valderrama.
  Valdemar. Lo comprendo, señor.
  Describa su periplo al dispensador de sal.
  Pues verá, primero atendí el ruego de mi madre de prepararle su baño de pies, me dispuse a verter el salfumán para eliminar los hongos y…
  Por favor, limítese al grupúsculo horario comprendido entre su partida y su regreso al cubil.
  Claro, disculpe. Salí con la mascarilla de mi cuñado, la mía la tenía a lavar, me quedaba un poco grande así que no iba cómodo, además usted sabe que a veces el olor de otra persona le puede transportar así ¡zas! en un instante a otro tiempo y lugar, pues la mascarilla de mi cuñado me transportó a las rodillas de mi abuelo cuando era un mocoso.
  Su abuelo.
  No señor, cuando era un mocoso yo.
  Esta información es irrelevante.
  No señor, usted verá, el recipiente de vidrio soplado de cabeza metálica horadada…
  El salero.
  Eso es, señor, el salero, lo llevaba yo con dulzura, si se me permite la antítesis.
  Al grano, señor Hawthorn.
  Higgins. A lo que voy es que una serie de sucesos inevitables me llevaron a tardar más de lo deseado, sabía que estaba incumpliendo la ley del toque de queda y a mi madre se le enfriaba el rehogado, así que decidí apretar el paso, con tal mala fortuna que el mentado salero se me desprendió de estos dedos gurruminos.
  El asunto del toque de queda será gestionado a su debido tiempo, ¿tuvo o no tuvo que ver usted con el desplazamiento contra natura de Copito?
  ¿Copito?
  El gato de la señora Villagordo, su excelsa vecina. Asumo que ha leído usted el informe clínico y que está en posesión de sus facultades según el artículo SCAM barra dos, su declaración será certificada como vinculante y...
  Sí, sí, desde luego, Copito, excelsa. No, yo no tuve nada que ver. Además, cuando quise acariciarle el muñón me mordió el malnacido.
  Así que reconoce haber tenido contacto con el denunciante.
  Lo único que le puedo decir es que aquel gato me recordó a mi abuelo, señor, él estuvo en la guerra del Verano Insidioso donde perdió una pierna, yo estaba contrariado por haber dejado caer el salero y no sopesé las consecuencias que se derivarían de este acercamiento.
  Usted debería sopesar más a menudo. Como sabe, Copito ha interpuesto una denuncia por maltrato psicológico.
  Disculpe mi expresión cetrina, no me hallo en buen estado.
  Quizás un exceso de sal.
  ¿Me toma el pelo, señor?
  Aquí las preguntas las hago yo, Valde Higginsmar.
  Higgins Valdemar.
  El afectado pide una compensación por daños y perjuicios.
  ¿De cuánto estamos hablando?
  Insisto en que el que pregunta soy yo. Cinco mil pesercios o treinta y siete meses de servicios sociales, la Comunidad se encargará de reportar al damnificado la suma correspondiente aplicando las debidas retenciones y, o, en su caso, impuestos derivados de los gastos de vacunación, castración y desparasitación.
  Vamos, que a Copito le va a quedar una sexta parte.
  Yo sólo hago mi trabajo, puede usted consultar y exponer sus dudas utilizando su chip yugular, siempre que lo tenga con los papeles en regla, claro.
  Déjelo, acabemos cuanto antes con esta deliciosa diligencia. Me quedo con los treinta y siete meses de servicios sociales.
  Puede usted elegir campo de implantes o atención al clon deprimido. Aquí tiene los formularios, tiene usted que escanear aquí su retina, eso es, deposite aquí su dermis y firme con saliva en el identificador lingual, procure... eso es, no escupir fuera. Le llegará el resto de la documentación en un periodo de dos mil ciento sesenta horas, debe permanecer en su cubículo durante este tiempo para evitar una posible prórroga penal post mortem que se aplicaría a sus descendientes.
  Pues se lo agradezco mucho, señor.
  ¿Va a querer realizar alguna otra operación una vez concluida la presente?
  Sí.
  Un momento, por favor.
 
  Dígame.
  Pues deme media docena de huevos coloraos y una baguette de poliestireno.
  ¿Para llevar o para introducir?
  Para llevar, si es tan amable.
  Aquí tiene, don Guillermo Vladimir Harrods, y por cierto, felices fiestas, parece que se ha quedado buena noche.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Instrucciones I

                                                                                     Grabado: Anna Pownall

Instrucciones para lavar una lechuga
determine un momento y lugar
retire cuidadosamente sus prejuicios
propicie el contacto entre la lechuga y abundante agua fresca
respire con normalidad

Instrucciones para ver la televisión
encienda el aparato
abra los ojos
apague el cerebro
cierre el corazón

Instrucciones para subir una escalera
sitúese en el extremo inferior
elija un estado de ánimo
empuje hacia abajo un peldaño, luego otro
(si se quiere pueden ser consecutivos)
repita el punto anterior hasta que se acabe la escalera

Instrucciones para escuchar música
baje el volumen de sus ideas
póngase las orejas de escuchar
suba el volumen de las ideas de otros

sábado, 15 de septiembre de 2012

El transcurso irrelevante

                                                                                         Foto: J. Ibáñez

    Era un día cualquiera en una ciudad cualquiera. Federico Pinto se subió en la penúltima estación y su pensamiento le hizo un gesto como quien tiene treinta y una al mus, habían estado caminando separados un rato y no se habían dicho nada hasta ahora. El tranvía estaba tan lleno que perdía pasajeros como una bolsa de pipas mal cerrada, aun así aceleró como si no hubiera ocaso contradiciendo las leyes de fricción y del sentido común.
    -¿Te has leído el libro que te recomendé? No me lo digas, ya lo sé, otra vez has estado procrastinando, eres un vago. Sólo los grandes pensadores llegan lejos. Ya lo decía Descartes, dos cosas contribuyen a avanzar: ir más deprisa que los otros o ir por el buen camino, pero tú, Federico, si no haces ni lo uno ni lo otro serás un mediocre ad nauseam.
    Federico sólo quería comer pipas animado por la comparación de antes. Escuchar a su pensamiento mentando en latín y pronunciando la palabra dekagt le aturdía más que el traqueteo del tranvía y en ese momento creyó que podía saltar por la ventanilla, resultar ileso y librarse de responder. Sin embargo dijo:
    -Yo no quiero avanzar, ¿sabes cuál es mi filosofía? transcurrir, yo transcurro. Tú lo único que haces es enredar… Además, sí que me he leído el dichoso libro.
    Estas palabras llenaban la boca de Federico de autosuficiencia y la vaciaban de saliva, pero ambos procesos se vieron interrumpidos por una estrepitosa sacudida y el señor bajito vestido de verde que estaba al lado salió despedido sin parecer afectado.
    -¿Sí? ¿Te lo has leído? –dijo su pensamiento mirándose los dientes en el reflejo del retrovisor de delante. Su mirada coincidió con la del conductor un instante y ninguna conclusión se pudo sacar de este suceso.
    -Bueno sí, me he leído las tapas y el lomo. ¿Cómo se llamaba? Eres Granjero… me das un libro para plantar tu huerto. Antes prefiero leerme los ingredientes del atún con tomate.
    La sensación de estar en posesión de la razón dio paso a la duda de si su última frase era realmente necesaria.
    -Federico, eres un borrico, es El Extranjero. ¿Has estado bebiendo? Por Kepler, sienta de una vez la cabeza, sólo son las nueve.
    Un niño con el dedo en la nariz les miraba embobado. Alguien le hizo una foto. Federico tenía un aspecto lamentable, si su pelo fuera una fregona habría que tirarla. Pasaron unos segundos en los que nadie se hizo caso y su pensamiento prosiguió:
    -Mira, olvida el libro, pero haz algo, tienes el precipicio detrás y nos vas a hacer caer a los dos, y no vale improvisar cualquier cosa, ya se sabe que la maniobra es imprudente si de popa es la corriente.
    Federico se preguntó qué demonios tenía que ver su destino con el refranero marino y al no hallar respuesta se imaginó que el tranvía descarrilaba y que rescataba a una señora de entre las llamas, que más tarde le buscarían para agradecerle su heroicidad pero él se habría retirado en mitad de la noche a la azotea más alta de la ciudad, donde respiraría agotado por subir tanta escalera.
    -Me dan miedo las alturas...
    Su pensamiento, que conocía a Federico desde que eran críos, supo el origen de esta digresión y quiso ofrecerle algo esclarecedor.
    -No ser amados es una simple desventura, la verdadera desgracia es no amar.
    -Acabo de acordarme de un sueño, alguien me daba fruta o algo de comer, después de un rato me daba cuenta de que estaba todo lleno de gusanos.
    -Los sueños, sueños son…
    -No me importaba demasiado, seguía comiendo y trataba de averiguar a qué se parecía el sabor.
    -Un hombre tiene que tener siempre el nivel de la dignidad por encima del nivel del miedo.
    -¿Querrá decir que me espera algo malo?
    -El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad.
    -Hay quien define el futuro de manera menos poética…
    El mugriento altavoz incrustado sobre la puerta quiso participar en la conversación y definió el futuro a su manera y con voz de rejilla:
    -Próxima estación, Justicia, final de trayecto.
    Un hombre quiso rascarse el brazo sin éxito, unas gafas empañadas impedían ver al que las llevaba, alguien cruzó el dedo gordo del pie sobre el contiguo. Federico comprendió que esta cadena de acontecimientos no significaba absolutamente nada y se bajó del tranvía con una pierna dormida. Antes de doblar la esquina su alma le saludó como si le conociera de toda la vida.
    -Has estado pensando de nuevo, te lo veo en la cara. Te diré algo, pensar es más interesante que saber, pero menos interesante que mirar.
    Y llenó de pinturas las retinas de Federico Pinto.