Il faut toujours garder les deux yeux ouverts,
un œil ouvert sur la misère du monde pour la combattre,
un œil ouvert sur sa beauté ineffable, pour rendre grâce.
-Abbé Pierre.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Sabrás mi nombre cuando muera (queja de un paluego)

Foto: YNB
 
Desde tiempos de Alejandría
todo aquél que da sombra,
es decir, la mayoría,
recibe al nacer un homenaje
sonoro como el canto de la alondra
y esencial como su plumaje,
se lo ensalza y enaltece: se lo nombra.

Yo carezco de esa suerte,
y quisiera arrojar mi ruego,
pues al filo de mi propia muerte
me honran ya a deshora,
como si de niños fuera un juego
¡jamás se vio tanta demora!
Yo soy el Paluego.

Sí, un Paluego, un trocito de comida,
aquél que entre diente y diente
se enternece y cobra vida,
aquél que se acurruca
tras el bocado caliente
y tu muela estuca
con satisfacción ferviente.

Mi corta vida es un infierno,
una paradoja de lechuguino,
un abrigo sin invierno,
y un emblema de fracaso.
¿Qué falacia es ésta? ¡te conmino!
¿Me tomas por tonto acaso?
¿Por qué no haces cumplir mi sino?

Paluego es el nombre que obtengo,
y yo no expiraría triste
si pa luego fuera mi devengo;
si nada más ser bautizado,
con un palillo en ristre,
no me atacara el glotón descarado
como para retirar alpiste.

¿No es Aurora la que invita
cada mañana al sol a su casa?
¿No es su faz de flor, aquella la de Margarita?
¿No es Víctor el vencedor,
Valentín el intrépido sarasa?
¿No es Cupido el cómplice de Amador?
¿¡No es el rey Mufasa!?

Te propongo pues un trato, un acuerdo:
si descubres que en tu boca me hallo
déjame ahí un rato que no muerdo.
No me extirpes de tu esmalte,
yo que cubro encías como un sayo,
dame nombre, dame vida, no me espantes,
pues lo contrario no es un error, es un gran fallo.